jueves, 4 de mayo de 2023

Nuevas diferencias entre poetas obvios y poetas elípticos


Batania, mendrugo neorrabioso, sorprendido por los últimas manifestaciones de las nuevas hornadas de poetas panhispánicos, que se proclaman originales, independientes y enemigos de cualquier tipo de cuadra o escuela, ha decidido investigar y ha llegado a la conclusión, después de leerlos y sufrirlos durante al menos nueve minutos, de que su pretendida heterogeneidad solo es una fina película bajo la que ocultan su pertenencia a las dos escuelas poéticas de siempre, la de los obvios (qué sin cómo) y la de los elípticos (cómo sin qué). Por tanto, con la mirada fija en el firmamento, con animus jocandi y jodiendi, su ojo maniqueo clasifica, etiqueta, polariza:

POETAS OBVIOS:
Vagos y maleantes, políticos y moralistas, alcohólicos que además escriben poesía, drogadictos que además escriben poesía, alegristas, convexos, mazorrales, cachicuernos, neorrabiosos con spray, burrosquianos con dislexia, resentidos profesionales, periféricos, realistas, defensores de la libertad creativa por el solo miedo de tener que leerse un libro, defensores del vocabulario sencillo para disimular su falta de vocabulario, legionarios que toman la pluma como si fuera una ametralladora,  foreros, analfabestias, verdadosos del “yo voy con la verdad por delante”, subjetivos, levantanovias, futboleros, lectores a mucha honra de Corín Tellado y Lafuente Estefanía, pirómanos, domingueros, amigos de lo ajeno, presos que disfrutan del tercer grado, naturalistas de Greenpeace, alternativos sin alternativa, perdedores natos, morralleros, camorristas, seguidores de Alberto Caeiro si supieran quién es Alberto Caeiro, autoeditados, sectarios del “se escribe con cojones”, diletantes de basta cultura, psicópatas, pajilleros que lucen en su escritorio una foto de Megan Fox, silvestres, espontáneos, Benedetti forever, alérgicos al polen, escatólogos con bate de béisbol, explicativos, discursivos de la escuela de la ignorancia, confesionales a lo Lucía Lapiedra pero más pornográficos, fulanos que escriben después de arremangarse y escupirse en las dos manos, brutos, prosíos, liriprosos, soldados rasos del escribe-lo-que-te-salga-de-los-güe-bos y, en definitiva, todos los que consideran que el poema, para que sea bueno a) debe escribirse en diez minutos y sobra tiempo b) debe escandalizar a tu madre o es una mierda y c) debe entenderlo todo el mundo, incluidas las Miss Venezuela o los jugadores del Real Madrid.

POETAS ELÍPTICOS:
Metacínicos y endecapléjicos, etimólogos del pleistoceno, encorbatados que lucen en su escritorio un retrato del Rey y otro de Navarro Tomás, miraquelindos, jerigóngoros, ganapremios, apolíticos de derechas, ateneístas y subiendo, cursilíneos con omega tres, cóncavos, amargados, partidarios de la escuela del silencio que no terminan de callarse, partidarios de contar las sílabas porque les parece difícil, sonsonetistas, heraclíteos, gongomallarmeanos, latinistas que no saben latín, helenistas que no saben griego, orientalistas furibundos que no quieren moverse de Occidente, antifútbol, minimalistos, ortogafes, spices pijas, borrachos de cerveza sin alcohol, matraqueros del “hay que aprender las reglas antes de romperlas”, librescos, funebristas, estirados que presumen de no leer nunca traducciones, diagonales, clarinetistas, budistas de Nike, hinduistas con Mercedes, Gamoneda qué bien te queda, soldados de la-poesía-se-debe-escribir-así, metricarcas, objetivos, gramatísicos, sectarios que confunden el verso con la repostería, sectarios que confunden el verso con los sonajeros, snobs, ultramanidos, catetodráticos, lectores despaciosos y profundos de todo salvo de “El traje nuevo del emperador”, sinuosos, metricoñazos, bigenarios, señores que se proponen el aburrimiento y lo consiguen, señores que sostienen que la realidad es prosaica y en su caso es cierto, ajedrecistas, domadores, rigurosos de rigor mortis, vanguardistas que descubren novedades que ya trabajaba Catulo y, en definitiva, todos los que consideran que el poema, para que sea bueno a) no debe decir nada ni falta que hace, b) no debe entenderse ni con mapa del tesoro y c) debe tardar en escribirse al menos diecisiete años.